lunes, 1 de diciembre de 2014

María Corina y la imputación rocambolesca

Fuente: http://prodavinci.com

Por Luis García Mora | 30 de noviembre, 2014

al limite maria corina machado 640
La imagen de esta semana es la de María Corina Machado quien, contra las cuerdas, se enfrenta a los micrófonos y al régimen. A este régimen que considera una dictadura, una autocracia fascista y totalitaria que la hostiga, que la persigue sin cuartel. Y que cuando la acosa y asedia (y hasta intenta triturarla política y jurídicamente una y otra vez), a uno no le queda más remedio que aceptar que sí, que se está ante la coraza institucional de una dictadura.
Uno no puede más que sentir, aparte de cierta sorpresa y extrañamiento, una profunda admiración hacia ella.
Y se le ve tan sola, a pesar de la vasta porción de país que la respeta. Sin nada parecido a un partido histórico o finalmente consolidado, sin el respaldo honesto del resto de la dirigencia de oposición entre la que (quiérase o no) se destaca. Ahí. Recordándonos siempre al otro líder, preso por opinar y protestar, Leopoldo López. Y a los alcaldes y a los estudiantes que también están presos.
Ahí.
Como la juez Afiuni y a los tantos venezolanos a quienes se les ha violado sus derechos fundamentales y que por la impunidad que reina en Venezuela, que la proyecta hacia un desastre institucional y humano como el del México de hoy, sus agresores no fueron ni han sido llevados a juicio.
Jamás.
Never.
Ahí está.
En esa fotografía de El Nacional de este viernes, ante este país de fin de año que se ofrece al observador triste, como imagen cinematográfica congelada.
No hay un político aquí que haya recibido una campaña en su contra más severa que María Corina en ¿diez?, ¿doce años?
Tan sistemática. Tan despiadada.
Y uno la ve. Ahí. En la foto, advirtiéndole corajudamente a Cabello, a Maduro, al PSUV y a los poderosos personeros de la justicia del régimen que no, que no hay peligro de fuga, que acudirá el miércoles 3 de diciembre ante la Fiscal para responder ante la obscena acusación de magnicidio.
Una imputación tan rocambolesca… porque,  ¡por Dios!, ¿quién va a atreverse a atentar contra Maduro?
Y no porque ello resulte imposible (en esta Venezuela “nuestra” tanto a usted como a mí, o a cualquiera, por más protegido que se sienta, algún idiota armado le puede llegar), sino porque eso existe solamente en cabezas de mentalidad totalitaria.
Esa región que no es “lo nuestro”.
¿Quien mantiene en su cabeza rebotándole fatigosamente desde todos los rincones de su mente la palabra “magnicidio”? Pues un magnicida.
¿A quiénes más en nuestra historia reciente se les metió en la cabeza el 4 de Febrero de 1992 intentar asesinar a un Presidente electo por el voto directo, secreto y universal del pueblo venezolano, como lo fue Carlos Andrés Pérez?
Después de salvarse impunemente de esa jugada, al presidente Chávez se le aparecía un magnicida en cada rincón. En cada esquina.
Nadie, salvo a un incauto dentro del radicalismo de un régimen como éste, tan plano y militar, podría creerse una acusación tan destemplada como ésta.
Y entonces uno se pregunta: ¿por qué? ¿Qué tiene esta mujer que es capaz de levantar tanta arrechera, tanta inquina, tanto rencor en la gente de este Gobierno? ¿De este Partido? ¿De este régimen?
¿Para potencialmente inhabilitarla políticamente de acceder a la Asamblea de nuevo?
¿Porque no agarra escarmiento ni da un paso atrás ni para ganar impulso?
Porque eso es lo que francamente está ocurriendo y lo que al parecer le está rompiendo los bloques del motor a esta dirigencia.
La única entre tanta oposición (parlamentaria y no parlamentaria) en cantarle las cuarenta en su cara a Hugo Chávez (el “Expropiar es robar” de aquel 13 de enero de 2012). Algo tan impensable entonces por aquel Chávez tan arrogante, visiblemente molesto pero contenido.
La única dirigente venezolana con los guáramos para sentarse en la Casa Blanca con un presidente de Estados Unidos tan despreciado y en el fondo admirado por Chávez como Bush, aun al riesgo de lo que simbolizaba y simboliza ese innegable vínculo de ella: el vínculo, para esta claque política tan mostrenca con esta política tan odiada.
Aunque potencia “odiada” sólo ideológicamente, y de la boca para afuera. Pues a la hora de la verdad en cuanto pueden los de la cúpula se largan con toda la familia y sus amigos, y hasta con la suegra hasta allá, a disfrutar, en cualquier Falcon YV2726 del Estado, como si efectivamente fueran los propietarios de las naves.
¿Quisieran que huyera y se convirtiera en prófuga de una “justicia” que la imputa de un delito tan colosalmente grande únicamente por hacer “suposiciones” como dicen sus abogados, por expresiones contenidas en unos correos cuya falsedad ha sido puesta en evidencia por Google que consideró que eran “forjados”, y de esa manera confirmar, sustentar su papel en este sainete político que busca descalificarla todavía más?
Seguro.
¿Un mensaje grato para el chavismo fanático? ¿Radical? ¿En estos momentos de menguada popularidad?
Pero resulta que no. La mujer se mantiene y los desafía.
Ahí.
Y los remata con su mantra político nacional: “Me cobran, me persiguen, me hostigan, porque digo (con todas sus municiones y ovarios, sí) que esto es una dictadura. Y estoy aquí”.
Ahí. Sí. Inconmovible como un roble en la tormenta. Inexorable. Dura.
Y uno piensa que hay en ella algo evidente: no está en esta situación (en la política) por la inmanencia. Está por la trascendencia. Y contra eso no pueden ni el chavismo ni la propia oposición, que la miran mudos.
Ni por plata, ni por hambre ni por viajar: por la trascendencia.
¡Y es ésa una condición política tan firme, tan poderosa, en esta Venezuela de tanta conducta intrascendente! Y en este juego de poder tan objetivamente planteado para que resuelva en las antípodas, que en algún momento este pulso estable, bien sujeto, constante, podría ser determinante en alguna jugada.
Una mujer honesta con un capital moral.
Y con algo que sobresale o despide por los poros esta imagen actual sin atribularse o mostrar preocupación o sufrimiento: vigencia. Una palabra que emana del latín y que está configurada por tres partículas: el verbo vigere, que se puede aceptar como “tener vigor”. La partícula –nt-, que es equivalente a “agente”. Y finalmente el sufijo –ia-, que significa “cualidad”. Es decir: cualidad de vigente. Algo que está en vigor y que permite nombrar a aquello que resulta actual o que tiene buen presente. Eso que todavía cumple con sus funciones más allá del paso del tiempo.
Eso que en esta mujer a sus enemigos revienta.

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